jueves, 6 de febrero de 2014

Metamorfosis.


<< Tengo un agujerito en el corazón por donde se me escapa el amor. >>


Se va, y deja un vacío negro y putrefacto que lo va contaminando todo. 
Desde el mismo centro del pecho. Se expande de forma radial. 

Como cuando tiras una piedra a un charco. 
Con la misma vibración sorda. 
Con un latido seco que no para y que suena más fuerte cuando el mundo calla. 
O será que yo me detengo a escucharlo. 

Se me contagian los huesos, y luego la carne, y luego la piel. 
Centímetro a centímetro. De dentro hacia afuera. 
Como un virus que me transforma. 

Y empieza la metamorfosis en mí. 

Se me empiezan congelando las ideas. Los sentimientos. 
El corazón. 
El cuerpo. La sonrisa en la cara. La mirada. La mirada. 

Esos ojos que antes eran ventanas a lo que soy en realidad. 

Se vuelven ahora opacos, impenetrables. Cínicos. 
Mi mirada se hace indolente. 
Un pozo negro que no devuelve la luz. 

Se me hiela la voz y la risa. Los te quiero. Y las manos, que ya no sienten el calor ajeno. 

Hasta que se me congela el amor. 
Y yo ya no soy, definitivamente, yo. 
O sí. 

Porque yo también soy eso. 
Esa manía de mantener a todo el mundo a una prudente distancia de seguridad. 
Esa distancia que  cubría con dos pasos y un beso. 
Hasta mí. 
Eso me hacía querer ser mejor. Más accesible para el resto. 
Y lo intentaba. 

Los bordes que delimitaban mi espacio vital se deshacían en el aire. 
Y yo me dejaba llegar al corazón. 
Me humanizaba. 
Porque  me protegía de todo mal. 

Pero no. Ya no. 

La burbuja deja de diluir sus bordes en el aire. 
Se vuelven sólidos. 
Como una línea de tiza cada vez más y más gruesa. 
Esa línea se hace tiza, y arena, y piedras, y asfalto. 
Se hace cuero, amor. 

Y se expande en el espacio, poco a poco, tan lento que ni lo notas. 
Hasta que llega un momento en el que todo el mundo está demasiado lejos. 

Cuando termina me convierto en superhéroe. 
Soy de acero y hielo y huesos. 
Ya nada me puede tocar. 
Ni hacer daño. 
Ni feliz, 
claro. 

Pero al menos estoy a salvo. 
A salvo de mí y de mi perturbado, 
asqueroso corazón. 

domingo, 2 de febrero de 2014

Reset.


Que salgo a pasear por Madrid.
Y Madrid se pone el traje de echarte de menos.
A veces me llueve encima,
y yo, simplemente, me dejo.

Y me siento a mirar las luces, 
o son ellas quienes me miran de lejos.
Mientras pienso, tontamente,
que en esta ciudad hay lugares que, a solas, son menos.

He cogido la mala costumbre de helarme de frío,
de jugar a no tiritar.
Que se me hiele este odioso carácter,
el mío. 
Y creo que ya no sé parecer, ni ser, ni estar. 

Aprendo a disfrazarme de mí misma
para esconderme cuando quiero. 
Soy un hola, qué tal, un a ver cuándo nos vemos. 
Soy, por si no lo sabías, imbécil de nacimiento. 

Pero oye, hago lo que puedo. 
No quiero correr como una desquiciada, 
ni volverme loca de miedo. 
No quiero llorar, no quiero nada. 
Solo no parecerme a mí. 

Solo eso.